La dominación revolucionaria masónico-judaica

La masonería ha sido, desde el siglo XVIII el gran motor de las revoluciones del XIX y del XX, y el judaísmo es el gran director de la masonería. La logia no es más que la antesala de la sinagoga. Ya en cartas que publicaron los primeros historiadores sobre los orígenes de la masonería, aparece clara su filiación judaica, como lo revelan, además, sus símbolos y los nombres hebraicos de sus cargos.

La masonería no fue jamás democrática, aunque blasonase de ello para embaucar a la ignara multitud. Fue siempre formada por una aristocracia sectaria, que tomó forma en oligarquía de mandarines, que asesoran, o son dirigidos por dictadores que llama «Grandes Orientes».

Odia la luz y la publicidad, y ama lo recóndito y tenebroso, y, fingiendo objetivos filantrópicos, procura deslumbrar a los incautos con un ceremonial aparatoso y ridículo. Esta sucursal judaica tomó una gran parte en la iniciación de la guerra europea, en su desarrollo y término, y en lo que ahora se llama postguerra.

El judaísmo, con la astucia prodigiosa de la raza y el odio a la Iglesia, que demuestra providencialmente, como una profecía siempre viva, con su existencia, profesa ahora un «mesianismo» que nada tiene que ver con el antiguo. No es el soberano conquistador que había de sujetar todos los pueblos al de Israel, ni el Dios-Hombre que crucificó, y cuya divinidad demuestra con la ruina del templo, la destrucción del sacerdocio y la dispersión, casi dos veces milenaria,  sino un Mesías colectivo, que es el pueblo judío mismo, que tiene, según sus grandes rabinos, la misión de convertir en un feudo a todos los pueblos, singularmente a los cristianos, a los que no queda más esperanza que la de ser esclavos e instrumentos suyos.

Y el programa se cumple de dos maneras: por medio de la dominación intelectual y por la económica. Todas las ideas revolucionarias han nacido o se han desarrollado en la sinagoga y a través de la logia. El panteísmo moderno procede de Espinosa; el fenomenismo escéptico, de David Hume, y el positivismo tomó forma en Fuerbach y en Littré. El colectivismo con apariencias científicas fue formulado por dos judíos: Carlos Marx y Fernando Lasalle.  Hasta el liberalismo constitucionalista, que fue el derecho político de una burguesía escéptica, fue sistematizado por un judío suizo, Benjamín Constant. El individualismo económico tenía también ese origen semita en sus fundadores.

Al lado de la dominación intelectual, creció la económica por medio de la Banca, que dirigieron los Rothschild, y que todavía tiene sus principales resortes en manos judaicas. Al lado de esa dominación plutocrática fomentaron la demagógica. Por un lado multiplicaban con los empréstitos y sujetaban a su dominio a los Estados. Por otro, arruinaban el capital antijudaico y se levantaban contra el de los obreros, que creían destruir un tirano cuando llevaban otro más fuerte sobre sus espaldas. 

El movimiento bolchevique tiene origen, impulso y dirección judaica. Lenin y Trotsky son judíos, como lo era Rosa Luxemburgo y sus compañeros de Alemania, y lo eran los principales agentes revolucionarios en Austria y Hungría [...].

Juan Vázquez de Mella, EL PENSAMIENTO ESPAÑOL, 27 de diciembre de 1919.