San Pelayo: estandarte contra el aberrosexualismo

El 26 de junio es la festividad de San Pelayo (911-925), mártir gallego de la villa de Creciente, de la Monarquía asturleonesa y de la Reconquista; mártir contra el mahometanismo y contra el aberrosexualismo, es también patrono de los niños y jóvenes carlistas. Al haber sido hecho prisionero por Abderramán III, éste le requirió para actos deshonestos (en los que el califa le prometía riquezas y honores si renunciaba a la Fe cristiana y accedía a sus proposiciones) a los que el joven Pelayo se negó, provocando su tortura y muerte, alcanzando la Gloria que Dios Nuestro Señor tiene prometida a los mártires y siendo en la posteridad, además de ejemplo de Fe y de pureza para los jóvenes, santo insigne en la batalla contra el pecado de la sodomía. 

Es sabido que el pecado de sodomía lleva tal nombre al haber sido cometido por los habitantes de Sodoma, que el Altísimo castigó con fuego del cielo abrasándoles vivos y, de ese fuego terrenal, pasaron al fuego eterno del Infierno. El pecado impuro contra natura es uno de los cuatro pecados que claman al Cielo, siendo el segundo por gravedad y solamente detrás de la muerte del inocente que, en nuestros días, alcanza tristemente su cénit con el ya generalizado crimen del aborto. Como pecado que clama al Cielo, dice el Catecismo mayor de San Pío X: «conlleva de sí una iniquidad tan grave y manifiesta que provoca a Dios castigarlo con los más severos castigos» y, según San Antonio María Claret, algunos autores sostienen que este pecado provoca tanto horror a Nuestro Señor Jesucristo que la noche que nació en Belén mató a todos los sodomitas.

Por ello, precisamente en el día en que la Iglesia conmemora el martirio de San Pelayo, que es dos días antes de la infame celebración del «orgullo» aberrosexual, es una ocasión excelente para que desde nuestro cuaderno de bitácora recordemos algunos de los castigos que en las Españas se aplicaban contra el pecado nefando. Así, los sodomitas por el Fuero Juzgo eran castrados, confiscados sus bienes y entregados al Obispo, y sus mujeres podían volver a casarse. Por el Fuero Real esta castración debía ser además pública, colgándolos después de las piernas. El Fuero de Cuenca sentenciaba: «cualquiera que sea sorprendido en sodomía, sea quemado vivo». Las Partidas imponen la pena de muerte aut faciens aut libenter consientens. Las ordenanzas militares fuego y horca; y las Recopiladas, fuego y confiscación, aunque el acto no se consume, pudiendo procederse en este delito «no digno de nombrar» dicen, a petición de parte o de cualquiera del pueblo, por vía de pesquisa o de oficio. 

El humanismo imperante y una falsa concepción de la caridad pueden llevar a engaño y ver como exagerados estos castigos ante tan grave pecado. Sin embargo, los católicos hemos de acometer el esfuerzo de salir del empalagoso fango modernista en todos los sentidos, no solamente en lo doctrinal o filosófico, sino también en lo que respecta a la moral y costumbres, aunque por cierto acomodamiento y mundanidad, suela este punto olvidarse o ridiculizarse.

Que por intercesión de San Pelayo podamos combatir la impureza a la que desgraciadamente nos hemos acostumbrado y —de facto— tolerado y que, siendo tradicionalistas, recobremos la firmeza y el vigor de la moral de nuestros gloriosos antepasados que, con sus dificultades e imperfecciones, supieron imprimir en sus leyes y usos los fundamentos de la civilización católica.