El triunfo de Dios frente a la modernidad

Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias. Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento... Yo he visto dos edificios gigantescos, dos torres babilónicas, dos civilizaciones espléndidas, levantadas a lo alto por la sabiduría humana: la primera cayó al ruido de las trompetas apostólicas, y la segunda va a caer al ruido de las trompetas socialistas.

...La cuestión es una cuestión de libertad. Se trata de averiguar solamente si las sociedades humanas, por el camino que libremente llevan, van a parar a la perfección o van a parar a la muerte. Ustedes tienen la dicha de estar convencidos de lo primero; yo tengo la desgracia de estar persuadido de lo segundo.

...Las gentes de Galilea le vieron llorar; la familia de Lázaro le vio llorar; sus discípulos le vieron llorar; Jerusalén le vio inundado de lágrimas. Todos, todos vieron lágrimas en sus ojos. ¿Quién vio la risa en sus labios? ¿Y qué era lo que veían tan turbados aquellos ojos en cuya presencia estaban todas las cosas, las presentes como las pasadas, las pasadas como las venideras? ¿Veían por ventura al género humano navegando por un mar sin bajíos y en su plácida bonanza? No, no. Veían a Jerusalén cayendo sobre su Dios; a los romanos cayendo sobre Jerusalén; a los bárbaros cayendo sobre los romanos; al protestantismo cayendo sobre la Iglesia; a las revoluciones, amamantadas a los pechos del protestantismo, cayendo sobre las sociedades; a los socialistas cayendo sobre las civilizaciones, y al Dios terrible y justiciero cayendo sobre todos.

...Toda mi doctrina está aquí: el triunfo natural del mal sobre el bien, y el triunfo sobrenatural de Dios sobre el mal. Aquí está la condensación de todos los sistemas progresistas y perfecciones con que los modernos filósofos, embaucadores de profesión, han intentado adormecer a los pueblos, esos niños inmortales.

Juan Donoso Cortés, Carta a los redactores de El País y de El Heraldo, Berlín, 16 de julio de 1849.