Monarquía: federación de familias


Ni uno solo de los hombres ha brotado por generación espontánea, sin origen familiar. Todos, sin excepción, somos familia.

Es nota incivil, impolítica, la de una familia mal constituida, la de un origen irregular y poco familiarmente establecido. Al más desvergonzado de los destructores de la familia, no se le hace ningún favor, ni cree que se le adula, ni le agrada, si le mientan las irregularidades de su familia.

Hay algo sagrado en la familia, evidentemente. En ella está ininterrumpida la sucesión humana, en ella está la fuente de nuestras primeras necesidades materiales y racionales. Y en ella está la primera y perdurablemente reproducida potestad legítima de la sociedad humana: el Padre.

Ese poder viene, como todo poder, de Dios. Pero la determinación de la potestad en la persona del padre, también. Dios creó a la primera pareja y le dio ley natural y expresa de amor, crecimiento, multiplicación y potestad.

La potestad del padre es ley de Dios natural y expresamente positiva.

No se le da particularmente a cada hombre, sino del primero para todos.

Dentro del cumplimiento de la ley crecieron y se multiplicaron los hombres. No se diseminaban como bestias; formaban familias bajo la autoridad común del Patriarca. El Patriarca era la potestad el conjunto solidario de familias: de la Patria. Adán, que vivió centenares de años, conoció la Patria, fue el primer Padre y el primer Patriarca. Dios se dirigía a ellos, les trataba en calidad de Patriarcas, es decir, en su potestad; les premiaba y les castigaba en sus generaciones. Eran toda la humanidad; para todos fueron ejemplo.

El Patriarca fue, en las primeras patrias, el Padre, primero, y el mayor de sus hijos de generación en generación, después, dentro de la directa sucesión de sus líneas por primogenitura.

Esa era la dinastía de los Patriarcas, de las potestades legítimas y legítimamente ejercidas en la Patria, en las Patrias.

La Patria era y es perfecta sociedad política. ¿En qué han cambiado que sea esencial? En nada. Podrán ser mas o menos, en un lugar o en otro, con unas u otras accidentales diferencias, peo con forma natural perfecta de federación de familias para la finalidad política de la sociedad gumana, no existe ninguna diferencia.

Y en la potestad del Patriarca estaba comprendida toda la natural sustancia de la potestad política: la conservación del bien común que alcanzaba todos los fines naturales. La autoridad soberana de establecer sus normas o leyes, de proveer a su cumplimiento, de juzgar las acciones y discordias de todos. Faltaba el carnet electoral, pero eso no es sustancia política.

La potestad del Patriarca era personal y soberana.

Era, pues, Monarquía.

Era sucesoria, hereditaria, dentro de un linaje.

Se fundaba en la naturaleza social: ley de Dios.

En la familia: instituida por Dios.

En la autoridad del padre: voluntad de Dios.

Se estableció para la Patria: conjunto de familias federadas en sociedad natural, política, naturalmente, legítimamente, con fuerza intrínseca y espontánea hasta cuando se la perturba.

Dios reconoció la legitimidad de la Patria.

Y aprobó la legitimidad del poder del Patriarca.

Si todo poder viene de Dios, en absoluto, ¿quién negará que la potestad monárquica hereditaria, en el conjunto de familias que constituyen la perfecta sociedad compleja de la naturaleza humana viene de Dios, la estableció, reconoció y aprobó Dios?

Luis Hernando de Larramendi, «Cristiandad, tradición, realeza», cap. 10: El rey, págs. 140, 141 y 142.