La nación, la Patria y el Estado


La unidad de los muchos a través de la historia se ha sentido y forjado de muy diferentes formas. A ese respecto nos interesa España en primer lugar y por dos motivos: por ser nuestra Patria y porque en ella ha sido más perfecto que en cualquiera otra el proceso de desarrollo. La unión de Álava y de Guipúzcoa a Castilla fue voluntaria y de impulso unilateral de los vascos. Otras se hicieron por designio sutil y prolongado de los reyes; alguna con intervención de las armas. Peo siempre —el caso de Portugal es de frustramiento de una voluntad bilateral y requiere de explicaciones de índole diferente a la del momento— en madurez notoria. Porque la tendencia a unir lo vario sin desnaturalizarlo es eminentemente política, y late en el fondo de la vida humana, no habiendo existido país, ni época de mayor desenvolvimiento y sentido político que la España medieval y del comienzo de la edad moderna. La unidad de pueblos distintos, aún con idiomas tan extraños como el vascuence y el castellano, cuando se produce, excede a todo lo fisiológicamente biológico y entra en el orden político, que corresponde a la razón y a la espiritualidad humana; no se trata ya de la biología animal, sino de la conciencia de la sociedad. Y estas uniones son tan fuertes que, como el propio país vasco acredita, jamás han alentado un estímulo espontáneo, legítimo, verdadero y natural de unirse totalmente a una patria vascongada aparte, vasco españoles y vasco franceses, a pesar del apego a todo lo nativo, a todo lo nacional, y llevan los vascos de aquende el Pirineo muchos siglos de patriotismo español inconfundible, y no va demasiado a la zaga del patriotismo francés de los vascos de allende, aunque menos respetado su fuero de naturaleza.

La nación asemeja, el Estado revolucionario destruye; pero la Patria ampara y perfecciona. Por eso se pueden romper las naciones, mientras que los fragmentos mejoran sus condiciones políticas, buscando voluntariamente ellos mismos la mejor federación política: el desposorio que hace de dos naturalezas una sola patria indisoluble y de aliento eterno.

Luis Hernando de Larramendi, «Cristiandad, tradición, realeza», cap. 6: La Patria, págs. 71 y 72.