La expresión máxima del orden

Autarquía social y absolutismo, decía el docto catedrático de Salamanca don Enrique Gil y Robles, son términos contradictorios y representan estados políticos que se encuentran en relación inversa. La autarquía social —precisemos los términos— queda formulada, pero también limitada, dentro de aquella magnífica definición del Ángel de las escuelas: Facultas electiva mediorum servato ordine finis, que abarca en una amplísima mirada el sentido solidario del orden con la libertad en cualquiera de sus aspectos: psicológico, moral, jurídico y político.

Denegada la facultad electiva de los medios, propia de cualquier persona individual o colectiva, se niega su misma esencia que, en definitiva, es la esencia de la libertad, Pero si se niega la subordinación al orden y a la jerarquía de los fines, se proclama inmediatamente el derecho a todas las rebeldías, desde el delito individual hasta los separatismos criminales, que no son sino formas diversas de una misma subversión radical contra el orden impuesto por Dios a la naturaleza humana.

Esteban Bilbao Eguía

Nodus homo et a nuda thalamo terræ nace el hombre, según el clásico latino, expuesto a todas las inclemencias de la vida. Ese hombre salvaje de Hobbes y Rousseau, libre de todo vínculo colectivo, no es más que un ente de su alocada fantasía, condenado a la imbecilidad, en lucha desigual con todos los animales de la selva. No. Nace el hombre por providencia de Dios en el seno de la familia, cobijo de sus primeros amores, escuela de sus primeras ideas. Es la familia la primera célula social y raíz de todas las instituciones humanas. El primer poder es el del padre, y la primera majestad, la del patriarca. De su entraña, siempre fecunda, nacieron la fratria y la tribu, y luego la gens, el municipio y la ciudad, como del seno del municipio y con idéntica genealogía surgieron la comarca y la región, formas nuevas de la convivencia humana en su progreso ascendente hacia otras más amplias unidades, para culminar en la cima soberana del Estado. Sociedades que Mella denominaba complementarias de la familia y Charles Brun escuelas primarias del patriotismo; instituciones sociales que no se pueden negar sin quebrantar la misma realidad nacional, pero mucho menos separar si no se quiere que, mutiladas sus alas por un hecho diferencial, que a su vez puede ser fragmentado por otros hechos diferenciales, quede reducida nuestras sociabilidad a las cimas de una roca o a las angosturas de un oscuro valle, sede siempre rencorosa de menudos odios pueblerinos sin conexión alguna con el mundo ni con la Historia.

Y junto a estas que Mella apellidaba sociedades complementarias, surgen, también del seno de la familia, las otras que él llama derivativas, múltiples como las necesidades de la persona humana, diversas como las variedades del ser social: la escuela, la universidad, el gremio, los sindicatos económicos, las corporaciones sociales y, para decirlo de una vez con una palabra tradicional, aunque malgastada por el uso, las clases, que con las otras sociedades complementarias componen la soberanía social, inseparable, pero distinta por el sujeto y por la función, de la soberanía política; sociedad de sociedades que jerarquizadas entre ambas unidades extremas, que Mella denomina Monarquías naturales —la Monarquía del padre en la familia y la Monarquía estatal—, y alentadas por un sentido de solidaridad entre el ciudadano diez veces libre en las autarquías sociales y el soberano político ungido por la tradición y responsable ante Dios y ante la Historia, componen, con las Cortes, la expresión máxima de un orden que abarca en su seno todas las variedades sociales y todas las diferencias de los siglos.

Esteban Bilbao y Eguía, «La idea del orden como fundamento de una filosofía política, singularmente en el pensamiento de Vázquez de Mella», págs. 30 y ss.