El Carlismo para que Cristo reine

Bandera de un Tercio Requeté de la Cruzada de 1936

Posiblemente nunca un pecado tan grave haya sido tan encumbrado, promovido y defendido por autoridades y poderes económicos como el aberrosexualismo. La segunda década del presente siglo ha sido un bombardeo constante y creciente que resulta asfixiante para el católico y cualquiera que no haya sido lobotomizado por el Sistema. La disidencia a estas degeneraciones sexuales es cada vez más acallada y menos tolerada, a la vez que su aceptación va siendo mayor. Partidos conservadores, identitarios o nacionalistas, sectores vaticanosegundistas y otros grupos que, en su momento, plantearon una tímida oposición (casi siempre dese un argumentario errado) han terminado aceptando, tolerando e incluso promoviendo estas jornadas  –semanas, meses... – de exaltación de un pecado que clama al Cielo. Es significativo ver cómo el arco iris, signo de la Alianza de Dios con los hombres tras el Diluvio, hoy sea el símbolo más reconocible de la degeneración moral que representa el liberalismo y ruptura total con Dios y su Ley Natural.

Martirio de San Pelayo

El pasado 26 de junio conmemorábamos la festividad de San Pelayo, patrón de la Castidad, de los jóvenes y de los niños carlistas que por él se denominan «pelayos». Este Santo gallego natural de Creciente, fue mártir por negarse a prácticas deshonestas –tan propias en los adheridos a la secta de Mahoma– que le propuso Abderramán III y a convertirse al mahometanismo. Esta resistencia le llevó a los Altares y su acción nos sirve como ejemplo de la lucha que debemos llevar a cabo contra estos dos males que nos asolan hoy y que, aunque contradictorios, se asientan sobre las ruinas de lo que otrora fue la civilización cristiana. 

Estas celebraciones del llamado «Orgullo», que casi pretenden ser un sustitutivo de la Semana Santa, se dan entre fechas muy significativas para los católicos contrarrevolucionarios. Anteayer de hecho, celebrábamos la Festividad del Sagrado Corazón de Jesús, convertida esta devoción, por el fortísimo arraigo en los movimientos legitimistas y en la Tradición Católica, en símbolo del incansable combate católico contra el liberalismo. Y hoy conmemoramos el aniversario de las consagraciones que realizó el Arzobispo Marcel Lefebvre en Ecône, a las que asistió S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, como imagen de la inquebrantable alianza del Altar y del Trono contra el liberalismo –en este caso religioso– que representa el modernismo.

S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón durante las consagraciones realizadas
por el Arzobispo Marcel Lefebvre en Ecône, el 30 de junio de 1988

En medio de todo esto, confusionarios bienintencionados han querido recordar el centenario de la no consagración de España al Sagrado Corazón del usurpador Alfonso llamado XIII. Olvidan o desconocen estas personas que el Carlismo se adelantó décadas a la usurpación  y que solamente nosotros defendemos el Reinado Social de Cristo como meta política, que sólo puede darse restaurando la Monarquía Española de ambos hemisferios.

Monumento al Sagrado Corazón de Jesús en Bilbao

Vivimos en tiempos dificilísimos dónde la degeneración moral ha alcanzado cotas desconocidas por la humanidad. La crisis es total y en todos los aspectos y la «lucecilla que arde en el Vaticano» a la que aludía Vázquez de Mella en un magnífico discurso pronunciado en Santiago en 1902, se apagó con el Concilio Vaticano II. Pero tenemos esperanza, y no solamente la Sobrenatural o de Redención final con la Segunda Venida de Jesucristo; hay una esperanza social, una esperanza política. Precisamente y en este mes del Sagrado Corazón que finaliza, pedimos porque se haga realidad esa promesa que Nuestro Señor reveló al Padre Bernardo Hoyos. Queremos que Cristo Reine en España porque la restauración de la Monarquía Hispánica es la mayor esperanza para el retorno de la Cristiandad.

El Carlismo, como continuador en la oposición de esa Monarquía Católica que hoy acaudilla Don Sixto Enrique de Borbón, es el único movimiento político autorizado, por ideario, historia y legitimidad, en hacer posible el Reinado Social de Cristo en nuestra Patria. Representa, pues, una real y verdadera esperanza política, más allá de posibilismos estériles que tan pronto irrumpen como se desinflan. La recuperación de esa inmensa Monarquía es la única opción para poder tumbar el régimen liberal, que impuso y sigue liderando el imperio anglosajón y cuyo cerebro es el Sanedrín.