Las Españas: nación de naciones, monarquía de reinos

De la mano de Elías de Tejada teníamos ocasión de ver que los pueblos son tradiciones y no naciones. Álvaro d'Ors, en este sentido, en una posición radical, ha cuestionado, no ya el nacionalismo —al que inmediatamente haremos referencia—, sino incluso la propia utilización del término nación, que encuentra contrapuesto con el de patria. La confusión entre el concepto natural y moral de patria con el político y polémico de nación es, a su juicio, uno de los más graves lastres de la filosofía social de nuestros días y ha servido para oscurecer la teoría política, para envenenar ciertos sentimientos naturales de los hombres levantando mitos de gran virulencia polémica y para reforzar finalmente el poder del Estado con un sentimiento tan arraigado en las almas nobles como es el amor a esa gran familia que constituye la patria, con todo lo que lleva anejo —la tierra, la historia, la tradición—, procurando ahogar para ello ese sentimiento cuando no coincidía exactamente con el ámbito político de las naciones, como si ese amor, que es natural y espontáneo, hubiera de acomodarse a la férula despótica de la razón de Estado (1).


Esta confusión, que quizá fuera mejor denominarla mistificación, pertenece al patrimonio intelectual y político de la revolución liberal y se presenta indisolublemente unida a la consolidación del Estado como estructura nacional a través de la teoría y la práctica de la llamada soberanía nacional. En virtud de ese principio, el poder del Estado es un poder absoluto, aun cuando el régimen político sea democrático y de entera legalidad: absoluto frente al orden divino, ya sea natural, ya sea positivo, pues la misma idea de divinidad resulta descartada o puesta al servicio del poder estatal; absoluto frente a la tradición de los mayores, que resulta alterable en todo momento por ese plebiscito de cada día que es la nación, pues la voluntad del momento —denominada voluntad general— hace la ley en función de esa soberanía, mudándola acompasadamente a su propio cambio; y absoluto finalmente frente a otros Estados, potencialmente enemigos, con los cuales no puede haber más vínculos que los diplomáticos.

Conclusiones de las que puede extraerse sin dificultad la conclusión a que ha llegado recientemente el mismo Álvaro d'Ors en un ensayo sólo calificable de magistral y según la cual, cuando se identifica la «patria» con la «nación», resulta difícil superar su identificación también con el «Estado», sea con un «Estado nacional» existente, sea con uno que se desea constituir por separación de otro en el que se halla actualmente identificada esa nacionalidad identificada como patria. Esto aparece especialmente patente en el conflicto que enfrenta un Estado nacional y el deseado Estado de una región que pretende independizarse de él para constituir un Estado distinto: en estos casos de separatismo se da un antagonismo polémico entre dos sentimientos de patria fundados en una contradictoria conciencia de nacionalidad (2).

Desde un prisma menos preocupado que el anterior por el prurito de sistema y la simetría terminológica, pero en el fondo coincidente con el destilado que se cuela por entre los intersticios de sus coordenadas, se ha denunciado la componente dialéctica —la eterna tentación de las antítesis maniqueas— que emponzoña buena parte de las aproximaciones al problema nacional. Por lo mismo, ha escrito el profesor Canals, «quienes no profesamos el principio de las nacionalidades, apoyado en el concepto idealista y romántico de la "nación", ni admitimos el unitarismo rígido implícito en el concepto jacobino de Estado, tenemos que tratar de hacer comprender a nuestros contemporáneos, en medio de la aludida confusión de términos, un lenguaje más tradicional y más respetuoso con la tradición histórica de España» (3).

Porque buena parte de los confusionismos denunciados se esfuman cuando acertamos a devolver a los términos su significado flexible y analógico, sorteando las trampas de las rigideces jacobinas y recuperando el legítimo uso del plural de términos como «pueblo», «nación» o «reino» (4). Y cuando alcanzamos el discernimiento cabal de los dos sentimientos albergados bajo la etiqueta de «amor a la patria» y que son muy distintos en su origen y en el objeto de su aplicación, así como antagónicos en su historia y su desarrollo, de manera que su identificación —propiciada por la común oposición al internacionalismo que hace tabla rasa de todo sentimiento o pensamiento que admita una localización espacio-temporal— resulta en extremo perjudicial: el patriotismo y el nacionalismo.

Miguel Ayuso, «¿Después del Leviathan? Sobre el Estado y su signo», cap. 2: El Estado, entre el nacionalismo y la supranacionalidad, págs. 78 y ss.

Notas:

(1) Cfr. Id., «Los pequeños países en el nuevo orden mundial», en el vol. Una introducción al estudio del derecho, 2ª ed., Madrid, 1963, págs. 161 y ss.
(2) Cfr. Id., «El nacionalismo, entre la patria y el Estado», Verbo (Madrid) nº 341-342 págs. 25 y ss.
(3) Francisco Canals «Países, naciones y Estados en nuestro proceso histórico» en el vol. Política española: pasado y futuro, Barcelona 1977, págs. 70 y ss.
(4) Es conocido cómo, por ejemplo, en 1088 podía mencionarse al Rey de León «por la gracia de Dios constituido emperador sobre todas las naciones de España»; o cómo, en uno de los diplomas del cartulario de Sant Cugat del Vallés, datado de 1108, con referencia a Cataluña, se lee  «nostre patrie». Por seguir con la referencia a Cataluña, la expresión nación aparece en el escrito de los diputados del General en el Parlamento celebrado en Tortosa en 1411, o en boca del cardenal Margerit —primer gran apologista de la hispanidad— en 1454, e incluso en la constitución general pactada por Felipe V con las Cortes de Barcelona de 1702 —o sea, antes de que estallara la guerra de Sucesión—, hasta en el siglo XIX, antes de surgir separatismo alguno. Cfr. José Antonio Maravall, El concepto de España en la Edad Media, 2ª ed., Madrid, 1964, pág. 261; Francisco Elías de Tejada, Las Españas, cit., pág. 201; Juan Vallet de Goytisolo, Reflexiones sobre Cataluña. Religación, interacción y dialéctica en su historia y en su derecho, Barcelona, 1989, págs. 79 y ss.